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viernes, 21 de noviembre de 2025

La Gran Plaza de Bruselas

...y Victor Hugo


Entrar en una plaza emblemática, como la Gran Plaza de Bruselas, siempre impresiona. Tenía un vago recuerdo de nuestra visita anterior, hace por lo menos treinta años. Una imagen algo desdibujada, pero aclarada por las imágenes coloridas de esa alfombra de flores que la cubre cada dos años en el mes de agosto y que hemos visto decenas de veces en la tele. Un espectáculo artístico tan bello como efímero.




Pues bien, esta vez al acceder a la Gran Plaza no había begonias, sólo decenas de turistas como nosotros con sus cámaras. Siempre me gusta colocarme en el centro de las plazas y girarme para abarcarlo todo de una sola mirada, como la función panorámica de mi iPhone; la plaza entera en un solo gesto. Y allí, en esa tarde inusualmente soleada de noviembre, las fachadas barrocas y góticas me miraban y parecían querer contarme todos los secretos de los antiguos gremios y mercaderes que la habitaron, ajenos al bullicio de los visitantes. Por fin, me detengo bajo la altísima torre del Ayuntamiento, que parece desafiar al cielo. Y quiero imaginar a una feliz pareja de recién casados, que acaban de dar el “sí, quiero” en este bello lugar. 


Ayuntamiento de Bruselas en la Gran Plaza


No he podido evitar recordar la Plaza Roja de Moscú. Allí todo era más solemne; sus edificios, que habían sido testigos de terribles episodios que estremecieron el mundo, imponen respeto. Es el peso de la historia, de siglos y de tragedias. Aquí, sin embargo, en este corazón comercial y administrativo que fue, y que sigue siendo, la historia se disuelve en la vida cotidiana. Los turistas nos lanzamos a las tiendas en las calles que rodean la plaza, a comprar muñequinos en la Boutique Tintin o chocolate en la Neuhaus. O a cenar en un lugar típico, como La Rose Blanche. Y al salir, la luz de la tarde se había coloreado, vistiendo de fiesta los elegantes edificios. 



Ayuntamiento de Bruselas en la Gran Plaza


Pero ya sabéis quienes os asomáis por aquí de vez en cuando, que me gusta encontrar coartadas literarias en mis viajes. Y no iba a ser menos en Bruselas. Además, son palabras mayores: Victor Hugo y su relación con la Gran Plaza de Bruselas. 


Victor Hugo, bajo el falso nombre de Jackes Firmin Lanvin, vivió en esta plaza durante los quinientos días que estuvo exilado, cuando  se convirtiera en feroz enemigo de Napoleon III. En una anterior visita, en 1937,  durante un viaje que contó en su texto "En voyage, France et Belgique" describe la plaza con gran entusiasmo, "es una maravilla" y del ayuntamiento dice que es "una joya, una deslumbrante fantasía soñada por un poeta y realizada por un arquitecto ... no hay una fachada que no sea una fecha, un disfraz, una estrofa, una obra de arte. Hubiera deseado dibujarlas todas una tras otra".


Victor Hugo, "En voyage. France Belgique" 1935


Y durante su exilio (1851-1852), fue en la Gran Plaza donde terminó de escribir esa obra maestra que es Los Miserables. Su amante, Juliette Drouet, le había seguido a los pocos días, llevando en su equipaje el manuscrito de Los Miserables, que sería publicado diez años después en la ciudad de Bruselas. 


Les Mirerables, de Victor Hugo Bruselas,  1863



Y en 2012, al cumplirse los 150 años de esa publicación, en Bruselas tiraron la casa por la ventana con decenas de eventos conmemorativos. Si tienes curiosidad, aquí hay un enlace al resumen de todas ellas.



Pilar Otano Cabo

Badajoz (España), noviembre de 2025

domingo, 9 de noviembre de 2025

De visita al Parlamento Europeo

Una mañana increíblemente soleada nos aguardaba. No dábamos crédito, esperábamos agua y frio y no tuvimos ninguna de las dos cosas. El frio, no, pero el agua la habíamos dejado en Badajoz. En fin, un regalo que Bruselas nos hizo como si quisiera contradecir su fama de cielos plomizos. Una luz especial se reflejaba en las fachadas de cristal del Parlamento Europeo, que nos invitó enseguida a hacer una y mil fotos; del grupo, de parejas, unos selfies…






Que no falte un selfi en la entrada del Parlamento Europeo


Íbamos a visitar el Parlamento de la mano de uno de nuestros parlamentarios, el socialista Ignacio Sánchez Amor. No éramos los únicos que iban de visita, claro, un montón de personas pululaban también por los alrededores. Todo muy serio y muy bien organizado; la acreditación y el acceso al enorme vestíbulo con las banderas de los países que conforman la organización. Y más fotos… No pude evitar sacar mi lado portugués para la foto con las banderas.


No pude evitar mi lado portugués...

Acreditación para acceder al centro de visitantes del Parlamento Europeo
La acreditación bien visible todo el rato


Nuestro anfitrión nos contó, en una charla distendida, los pormenores de su interesante trabajo, una labor que se mueve entre la diplomacia y la defensa firme de los valores europeos. Escucharlo me ayudó a comprender mejor todo el engranaje de la institución -tantas veces puesta en cuestión- como lugar donde se toman decisiones que luego se traducen en derechos que nos protegen o en compromisos solidarios. 


Todo un desafío esto de poner de acuerdo a tantos países, con intereses e ideologías diferentes. Europa no nació hecha, se enfrenta cada día a negociaciones infinitas y discretas de los 720 parlamentarios, con la ayuda de otras muchas personas que hacen el trabajo más fluido; con el convencimiento todos ellos de que hay más cosas que nos unen que las que nos separan.



Hemiciclo del Parlameto Europeo en Bruselas


Entre los trasiegos por los pasillos y las esperas que impone cualquier visita institucional, uno se encuentra con una grata sorpresa: el Parlamento Europeo es también una pequeña galería de arte contemporáneo. Más de quinientas piezas procedentes de cada país de la Unión acompañan el ir y venir de funcionarios, visitantes y traductores. Durante nuestra visita fuimos descubriendo algunas de ellas, cada una con su acento y su mirada. Pero solo fotografié este homenaje a Andy Warhol del eslovaco Marko Blazo de 2007.



Warhol 1, 2007 de Marko Blazo



Pero si hubiera que elegir una pieza que condense la idea de convergencia y movimiento que habita en este edificio, sería la escultura móvil de acero inoxidable que asciende por la escalinata helicoidal. Desde cada punto de vista cambia, se fragmenta o se une, según la luz y la perspectiva del observador. Su autor, el belga Olivier Strebelle, la tituló con acierto Confluences: una metáfora visible de la Unión, con un eje central del que se ramifican formas sinuosas. También ella pedía, inevitablemente, una fotografía.



Confluences, de Olivier Strebelle en el Parlamento Europeo



Cuando salimos, tras las preceptivas fotografías en el hemiciclo, allí estaba aún el sol y el aire olía a hojas secas. De nuevo, grupos de jóvenes se fotografiaban con las banderas al fondo. Era el futuro.


Pilar Otano Cabo

Bruselas, noviembre de 2025